¿Cómo es posible esto? Las frutas maduras contienen azúcares que, gracias a la acción de las levaduras presentes en las frutas, se transforman en etanol a través de un proceso llamado fermentación. Este proceso puede generar concentraciones de alcohol de hasta un 7% en algunas frutas. Estudios científicos han demostrado que la aparición de la fermentación por levaduras y la producción de etanol coincide con el surgimiento de las frutas carnosas y ricas en azúcar durante el período Cretácico. Esto sugiere que nuestros antepasados monos evolucionaron para encontrar el alcohol presente en las frutas no solo agradable, sino también beneficioso, lo que podría explicar por qué los humanos de hoy en día sentimos una atracción hacia el alcohol. Los primates, incluidos nuestros ancestros humanos, podrían haber desarrollado una preferencia innata por las frutas fermentadas gracias a su agudo sentido del olfato. El aroma del etanol, un componente del alcohol, actúa como una señal olfativa que indica la madurez de una fruta y, por lo tanto, su alto contenido energético. En los bosques tropicales, donde los alimentos son escasos y cambian constantemente, la capacidad de detectar el etanol a través del olfato habría sido una ventaja evolutiva significativa. Al seleccionar frutas con mayor contenido de etanol, los primates garantizaban una ingesta calórica más elevada, ya que el etanol es una fuente de energía muy concentrada. En apoyo de la hipótesis del mono borracho se encuentra un amplio estudio genético realizado en más de 100.000 individuos que encontró un gen llamado KLB que se asocia con el consumo de alcohol. Alrededor del 42% de las personas heredan una versión de este gen que hace que tengan muy baja tendencia al consumo de alcohol respecto a la versión observada en la mayoría de las personas.
Por otra parte, a los ratones modificados genéticamente a los que se ha eliminado el gen KLB les gusta mucho el alcohol y siempre que pueden eligen beberlo. Este gen codifica el coreceptor beta-cloto de una hormona denominada FGF21, es decir, factor de crecimiento de los fibroblastos 21. Esta hormona se forma en el hígado cuando hay disponibilidad de azúcares y actúa sobre el cerebro para suprimir la preferencia por los dulces a través de sus efectos sobre el hipotálamo, lo que induce a la hormona liberadora de corticotropina, que es a la vez un potente modulador del consumo de alcohol. La administración de FGF21 reduce además los niveles tisulares de dopamina, un importante neurotransmisor. Así pues, el FGF21 actúa de forma coordinada en múltiples regiones cerebrales para modular tanto los comportamientos relacionados con la búsqueda de azúcares como de alcohol. No sólo los monos tienen preferencia por las frutas maduras con alcohol, sino que otros animales también están expuestos al etanol en su dieta o pueden buscarlo activamente.
Nuestros parientes evolutivos más próximos, los chimpancés, muestran un comportamiento interesante al elaborar herramientas rudimentarias con hojas para alcanzar y consumir la savia fermentada de ciertas palmeras. Además, demuestran una clara preferencia por frutas maduras, las cuales contienen cantidades apreciables de alcohol natural. Se plantea la hipótesis de que esta dieta, rica en etanol, guarda similitudes con la que habrían tenido nuestros ancestros homínidos. Esto sugiere que la exposición a niveles bajos de alcohol podría ser una característica evolutiva que ha acompañado a nuestra especie durante millones de años. Si el consumo de alcohol se originó principalmente a través de la ingesta de frutas, entonces es lógico pensar que la evolución habría favorecido el desarrollo de mecanismos biológicos que permitieran aprovechar al máximo los beneficios del etanol, al tiempo que minimizaran sus efectos perjudiciales. Sin embargo, es probable que concentraciones elevadas de alcohol resultaran tóxicas para nuestros antepasados.
Esta idea encuentra respaldo en diversos estudios científicos. Por ejemplo, en experimentos con moscas de la fruta se ha observado que la longevidad y la capacidad reproductiva aumentan cuando se exponen a niveles bajos de alcohol en el ambiente, pero disminuyen tanto en ausencia total de alcohol como en presencia de concentraciones muy altas. De manera similar, investigaciones en roedores han demostrado que una ingesta moderada de alcohol se asocia con una menor tasa de mortalidad. En el caso de los humanos, estudios epidemiológicos a gran escala sugieren que un consumo moderado de alcohol podría reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares y aumentar la esperanza de vida en comparación con la abstinencia total o con un consumo excesivo.
Una vez consumimos una bebida alcohólica, el componente principal, el etanol, inicia un recorrido por nuestro organismo. Es absorbido en parte por el estómago, pero la mayor parte de este proceso ocurre en el intestino delgado. Desde allí, el etanol viaja a través de la vena porta hasta llegar al hígado, un órgano vital que actúa como un filtro. En el hígado la eliminación del etanol comienza con su oxidación a un compuesto denominado acetaldehído.
Es un compuesto más oxidado que el alcohol. Esta transformación puede ser realizada por unas enzimas denominadas alcohol deshidrogenasas. El acetaldehído se oxida aún más gracias a la enzima aldehído deshidrogenasa o ALDH. Esta oxidación conduce a la formación de la molécula de ácido acético la cual se continúa metabolizando hasta anídrido carbónico, CO2 y agua, a la vez que proporciona energía metabólica. El acetaldehído es el principal responsable de la ebriedad y efectos dañinos que produce el alcohol. Es un compuesto volátil, con un olor afrutado parecido a las manzanas.Es el principal factor de la resaca alcohólica. Al ser eliminado por el pulmón, produce el olor característico del aliento y su eliminación a través de la piel causa rubor facial porque induce la liberación de histamina y bradiquinina, las cuales causan vasodilatación y enrojecimiento facial. Por otra parte, una acumulación crónica de acetaldehído interfiere en la síntesis y reparación del material genético, del ADN, formando compuestos cancerígenos. En el cerebro, el alcohol produce interferencias al unirse a neurotransmisores y señalizadores. Además, la adicción que causa el etanol está relacionada con un producto de condensación entre el acetaldehído y la dopamina, denominado R-salsolinol.
El balance entre la actividad de estas dos enzimas, la alcohol deshidrogenasa y la aldehído deshidrogenasa, es lo que regula la concentración de acetaldehído y, por tanto, los efectos indeseables del alcohol. Afortunadamente, la oxidación del acetaldehído por la aldehído deshidrogenasa es extremadamente eficaz, de modo que los niveles circulantes de acetaldehído suelen ser unas mil veces inferiores a los de etanol. Es claro que una baja actividad de esta última enzima, la aldehído deshidrogenasa, conduce a una acumulación del acetaldehído.Se conocen variantes genéticas en los genes de la alcohol deshidrogenasa y de la aldehído deshidrogenasa en las poblaciones humanas que condicionan el consumo de alcohol. En particular, hay una variante en el gen de la aldehído deshidrogenasa que hace que la enzima tenga una acción lenta para destruir el acetaldehído. Esta variante se hereda con alta frecuencia en personas del este de Asia, a las que causa una acumulación tóxica de acetaldehído tras el consumo de etanol. Esta variante hace que las tasas de alcoholismo tiendan a ser mucho más bajas en las poblaciones de Asia oriental como consecuencia de los efectos disuasorios del consumo de etanol debido a la acumulación de acetaldehído, el cual produce náuseas, dolor de cabeza, vasodilatación y broncoconstricción. Hay 6 genes en el genoma humano que codifican las enzimas de alcohol deshidrogenasa y 12 genes para la aldehído deshidrogenasa. El hecho de que tengamos tantos genes para metabolizar alcohol se debe a que necesitamos detoxificar el etanol en distintos órganos y tejidos, pero también debemos transformar otros compuestos importantes para el correcto funcionamiento de nuestro organismo.
El estudio de los genes de las alcohol deshidrogenasas a lo largo de la filogenia, o relación de parentesco, de los homínidos, nos muestra que una adaptación ha ido mejorando su eficiencia, al menos en una de ellas, la denominada ADH4, que por alguna razón está producida por el gen llamado ADH7. La ADH4 es una de las formas de alcohol deshidrogenasa presentes en los mamíferos y se encuentra principalmente en la boca y el tracto digestivo. Esta enzima es importante para metabolizar el etanol después de la toma oral, pero también tras comer frutas fermentadas u otros alcoholes potencialmente tóxicos que se encuentran en las hojas, lo que sugiere que la ADH4 puede haber evolucionado junto con la dieta. Esta enzima, la ADH4, mejoró dramáticamente la capacidad de metabolizar el etanol tras la división entre el linaje que condujo a los orangutanes y a los demás grandes simios, incluidos los humanos. Con los chimpancés, los bonobos y los gorilas, compartimos una mutación, concretamente un cambio de un solo aminoácido, una alanina por una valina, en la posición 294 de esta enzima del gen ADH7, que mejora 40 veces la eficiencia de la enzima para oxidar el etanol a acetaldehído. Se calcula que esta mutación se produjo hace unos 10 millones de años, coincidiendo con la época en la que nuestros ancestros primates bajaron de los árboles y adoptaron un estilo de vida más terrestre, sin abandonar por completo todavía la seguridad de trepar a un árbol Este cambio en su modo de vida posiblemente les generó un mayor acceso a ingerir frutos fermentados que se encontraban en el suelo, caídos de los árboles, con lo que se incrementaría el contenido de etanol de su dieta. Como hemos comentado, esta hipótesis del mono borracho postula que la capacidad de metabolizar el alcohol de manera más eficiente, en comparación con otros primates, pudo permitir a nuestros ancestros contar con una ventaja evolutiva al obtener más calorías de los alimentos fermentados.
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