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martes, 3 de junio de 2025

Noticias C: ¿Cerveza en polvo? No, gracias. El último sacrilegio contra la noble bebida de los dioses

 

Hay días en los que uno abre una noticia y siente cómo se le hiela la sangre. La indignación sube desde el estómago como la espuma de una buena dubbel servida con exceso de gas. Eso fue lo que sentí al toparme con el titular que anunciaba —sin un atisbo de vergüenza— la invención de la cerveza en polvo. Cerveza. En. Polvo. Como quien dice “leche en polvo” o “sopa instantánea”. Así, sin más. Como si se pudiera encapsular milenios de historia, cultura, sabor y pasión en una cucharada de maltodextrina y aroma artificial. Como si el alma de la cerveza se pudiera disolver en un vaso de agua del grifo.

Lo diré sin rodeos: esto no es cerveza. Esto es una burla a todo lo que significa la cerveza. Es el equivalente líquido a un pecado mortal. Y quien pretenda lo contrario —por mucha etiqueta de innovación sostenible que le cuelgue— está profanando una tradición que lleva miles de años siendo perfeccionada por manos humanas, no por máquinas de laboratorio.

La cerveza no es un producto, es una experiencia

¿De verdad creemos que es lo mismo una cerveza elaborada con lúpulo fresco, maltas seleccionadas, fermentada con cariño, controlando tiempos, temperaturas y maduración, que un sobrecito deshidratado que uno mezcla con agua como si fuera Tang? ¿Dónde están los aromas complejos, las notas tostadas, las burbujas vivas nacidas de una fermentación natural? ¿Dónde quedó la textura, la cremosidad de una stout bien tirada, la efervescencia alegre de una saison artesana, el cuerpo maltoso y redondo de una amber ale?

Todo eso se va por el sumidero en esta abominación tecnológica. Lo que queda es un agua turbia, sin alma, sin historia, sin vida. Una caricatura insípida de lo que un día fue cerveza. Un eco lejano de algo que se parece a la cerveza solo en la medida en que una hamburguesa de impresora 3D se parece a un chuletón a la brasa. Aparentemente similar, esencialmente falso.

La artesanía no se atomiza

Yo soy cervecero. No por moda, no por negocio, sino por amor. Elaboro mis lotes en un pequeño taller rodeado de lúpulos que cultivo con mis propias manos. Muevo la malta en mi molino, infusiono en ollas de cobre, pruebo, ajusto, respeto los tiempos de la fermentación. Cada cerveza que sale de mis barricas tiene una historia, una intención, un sello humano.

Lo que proponen con esta "cerveza en polvo" no tiene absolutamente nada que ver con eso. Es el anti-cerveza. Es el producto perfecto para un mundo que lo quiere todo rápido, barato, eficiente y sin implicación. Pero la buena cerveza no es eso. La buena cerveza es todo lo contrario: requiere tiempo, paciencia, oficio, y sí, también pasión.

¿Vamos a permitir que un puñado de ingenieros de laboratorio le arrebaten a la cerveza lo que la ha hecho grande durante siglos? ¿Vamos a llamar “cerveza” a algo que no se fermenta, que no se madura, que no tiene levadura viva, ni sedimento, ni alma? Que me perdonen, pero eso es como llamar guitarra a una app con botones.

El falso pretexto de la sostenibilidad

Sé que los defensores de esta invención dirán que es por el bien del planeta. Que el transporte de líquidos contamina. Que el envasado genera residuos. Que con esta nueva fórmula se reduce la huella de carbono. Y yo digo: ¡por favor! ¿De verdad alguien cree que el problema ecológico del planeta se resuelve eliminando la cerveza tal y como la conocemos?

Esta supuesta “solución” no es más que un parche industrial para justificar la desnaturalización de un producto auténtico. Si realmente queremos sostenibilidad, invirtamos en circuitos cortos, en producción local, en envases retornables, en energías limpias en las microcervecerías. No en convertir cada producto noble en una versión liofilizada e insípida. ¿Qué sigue? ¿Vino en cápsulas? ¿Jamón ibérico en tabletas?

El futuro no se construye con copias baratas de lo que fue bueno. Se construye valorando lo que tenemos, mejorando sin destruir, innovando sin pervertir. Porque esto no es evolución. Esto es mutilación.

Cultura líquida convertida en polvo

La cerveza no es solo una bebida. Es parte de nuestra identidad cultural. Está en los monasterios belgas, en las tabernas bávaras, en los pubs ingleses, en los festivales irlandeses, en las terrazas madrileñas, en los asados argentinos. Es un nexo social, una expresión sensorial, un símbolo de convivialidad. La cerveza ha sido alimento, medicina, moneda y rito. Ha unido pueblos y generaciones.

Y ahora, por un puñado de euros y bajo el disfraz de lo ecológico, pretenden reducirla a un sobre de polvo marrón. Un insulto a generaciones enteras de maestros cerveceros. Un borrado cultural en nombre de la eficiencia.

Pregunto: ¿Dónde queda la espuma densa, la persistencia, el aroma floral de un dry-hopping bien hecho? ¿Dónde están los matices de levadura de una trappista? ¿Dónde la acidez equilibrada de una lambic, la complejidad de una barley wine? ¿Alguien de verdad cree que eso cabe en un sobre?

No todo debe ser instantáneo

Vivimos en una era en la que se premia lo inmediato. Todo debe ser “rápido”, “sin esfuerzo”, “preparado en un minuto”. Pero la cerveza, la buena cerveza, es una invitación a lo contrario. Es un arte de lo lento. Un elogio del cuidado. Una manera de conectarse con el tiempo, con la tierra, con la historia.

Convertirla en un polvo soluble no es democratizarla, es devaluarla. Es robarle su dignidad. Es decirle al mundo: “esto no importa”. Que todo da igual mientras sepa vagamente a cebada. Pero no, señores. No da igual. A mí no me da igual. A los que amamos esta bebida tampoco.

Un llamado a la resistencia

Desde este rincón cervecero, desde este humilde cuaderno de lúpulo y malta, hago un llamado a todos los verdaderos amantes de la cerveza. No dejemos que nos quiten lo que tanto hemos construido. No permitamos que nos vendan esta falacia tecnológica como una mejora. No aceptemos esta parodia de cerveza. Porque si dejamos que esto prospere, mañana ya no será solo la cerveza: será todo.

Hoy es un sobre de polvo. Mañana será un mundo sin sabor, sin espera, sin rituales. Un mundo donde el paladar muere de hambre mientras la eficiencia celebra su triunfo estéril.

Defendamos la cerveza real. La que huele, la que espuma, la que fermenta. La que se sirve con alma, con cuerpo y con historia. Porque si perdemos eso, perdemos mucho más que una bebida.

Perdemos un legado.




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